Maquinistas y fogoneros de La Robla aplicaban el vapor de la locomotora a un recipiente para calentar o cocer la comida que consumían en la parada de Mataporquera. Más tarde, guardafrenos y jefes de tren quisieron imitarles, pero utilizaron carbón.
Comentaron la idea con el señor Esteban García Martínez, jefe de taller llamado Hojalatería. Se puso a la labor y nació la olla ferroviaria. Ocurriría hacia el año 1915.
Después de varios prototipos iniciales, se alcanzó el sistema actual. Consiste en un puchero o cazuela de barro o porcelana con su tapa, abrazado en su parte alta por un collarín con asas.
El cuerpo externo de la olla es un cilindro al que se aplica una ventana en la parte más baja, como tiro principal; una serie de perforaciones en la parte más alta (salida de humos); un asa para el transporte y patas.
El fondo de este cilindro está rematado por un cono con perforaciones, parrilla donde se produce la combustión del carbón que facilita el tiro y la evacuación de cenizas.
El puchero tomado por las asas del collarín se introduce en este cuerpo externo, quedando suspendido. Así, el aire caliente de la combustión está en contacto con el fondo y todo el contorno del puchero, antes de salir al exterior por las perforaciones de la parte alta.
La cazuela/olla/puchero, rodeada de aire caliente a temperatura constante y no muy elevada, realiza una cocción lenta y garantiza el éxito culinario de la olla ferroviaria.
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